El ser humano desde su nacimiento emite conductas expresivas que aunque al principio son interpretadas por los adultos, muy pronto se convertirán en conductas dirigidas a comunicarse con los demás. Los intercambios que inicialmente serán de tipo afectivo-expresivo, según mejoren sus destrezas sensoriales y motoras irán perfilándose como actitudes verdaderamente comunicativas. Pero el motor de este desarrollo será la interacción con los adultos.
La inclinación biológica del ser humano, su preferencia por los rostros y la voz humanos al comienzo de su vida, demuestran su condición social. Según Karmiloff y Karmiloff-Smith (2005) la evolución ha dotado al ser humano con una serie de mecanismos de aprendizaje, con unas predisposiciones mínimas que le hacen prestar particular atención a ciertas partes del medio. Podemos decir entonces que en el ser humano convergen tres dimensiones que le configuran, la física (vive en un cuerpo), la psíquica (posee inteligencia, emociones) y la social. Estas tres dimensiones están interrelacionadas entre si formando una totalidad unitaria que da sentido a cada acción de las personas, que explica el qué, el por qué y el para qué de su existencia (Claves para la educación, 2009)
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